Luis Varela

Luis Varela acaba de doctorarse en filosofía con una tesis sobre Aristóteles. Ejerce la docencia en la Universidad Nacional de Mar del Plata, la Universidad del Salvador, la UCES, y el Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González. 
Sobre el libro de Ángel Vasallo: Una Presente Ausencia
Por Luis Varela
Agradezco en primer lugar la invitación que me hicieran el año pasado Marta e Isabel Vasallo para que fuera uno de los presentadores del libro de Ángel Vasallo: Una Presente Ausencia. Ensayos y fragmentos inéditos, que después de algunas vicisitudes, pudo al fin publicarse en la editorial Leviatán. Es para mí un gran honor y un gusto poder referirme a uno de los filósofos argentinos más destacados e interesantes del siglo XX, quien ha dejado una marca indeleble en aquellos que fueron sus alumnos, y que hoy podemos entreverla en sus libros.
Debo aclarar que no soy un discípulo ni fui alumno de Ángel Vasallo. Soy más bien un lector inesperado. De hecho, no lo conocí, aunque es posible que me haya cruzado con él en los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la calle Independencia o del Ex - Hospital Clínicas, pues tengo entendido que él daba todavía clases a principios de la década del 70. Tenía si conocimiento de su nombre y en particular del libro Elogio de la vigilia (un título bien encontrado) como un texto importante de la producción filosófica en Argentina. No tenía muchas más referencias de Vasallo que éstas, pero, para mi sorpresa, hurgando en mi biblioteca a propósito de la invitación mencionada, encontré varios libros de Vasallo, que enumero: Elogio de la vigilia, ¿Qué es la filosofía? o de una sabiduría heroica, El problema moral y Bergson.
De todos ellos había leído El problema moral en donde había encontrado un buen título para caracterizar a la ética de Aristóteles: "La gran moral del arquero", que me permitió citarlo a Vasallo en algunos artículos publicados (1).
En cuanto al libro que hoy presentamos y nos convoca, empiezo por decir que me encontré con una agradable sorpresa al ver que se había incluido en el comienzo un trabajo de Carlos Correas, "Recordación de Ángel Vasallo" que resulta de una exposición que hizo hace 9 años en el Teatro San Martín, en el marco de unas jornadas sobre filósofos argentinos organizadas por FEPAI. Yo estuve presente en esa oportunidad y escuché su exposición, porque también había sido invitado por Carlos Alemián para hablar de otro filósofo argentino: Carlos Astrada. No recuerdo bien, pero es muy posible que mi exposición siguiera a la de Correas.
En mi comentario de presentación de Una Presente Ausencia, haré referencia, en primer lugar, a algunos aspectos que tienen que ver con el libro en su conjunto y, en segundo lugar, a otros aspectos suscitados por la lectura del libro.
En primer lugar, si consideramos el libro en su conjunto, aparece como una recopilación de breves ensayos sobre diversos temas, no ordenados según un criterio cronológico, sino según un orden temático: todos los ensayos se vinculan a eso que Vasallo llama "subjetividad" y que remite al sentido último de la realidad humana. El tema de la subjetividad liga a Vasallo con la filosofía moderna de la subjetividad, pero también con la crítica que la filosofía de la existencia en la primera mitad del siglo XX realiza a la subjetividad moderna. A partir de esa doble referencia, Vasallo elabora un concepto denso de "subjetividad", que incluye en su contenido las dimensiones de la metafísica y la ética, como experiencias fundamentales de lo humano.
Si prescindimos por un momento de la cuestión de los contenidos, hay algo que impresiona y que le da al libro una unidad e identidad: un estilo literario presente a lo largo del libro. La escritura de Vasallo impresiona por su prosa precisa, clara y elegante. Es una escritura que expresa una argumentación que avanza a través de sucesivas preguntas a lo largo de todos los ensayos. Recuerdo que Francisco Olivieri nos recomendaba leer a Ortega y Gasset como un modelo de filosofía en castellano; no tengo dudas, después de leerlo a Vasallo que él también es un modelo de esa filosofía.
En segundo lugar, si consideramos los ensayos en sí mismos, éstos exhiben algunas particularidades que merecen ser observadas. Vasallo pertenecía a una época en la que la "producción académica" (dicho en lenguaje burocrático) es algo que tenía que ver más con la iniciativa personal del autor, que con exigencias de carácter institucional. Presumo que él no lidia con un sistema burocrático académico que le exige publicar compulsivamente, sino que lidia en todo caso consigo mismo, como sucede en todo aquel que se dispone a un acto de creación. Los ensayos son breves, tienen escasas referencias bibliográficas; muchas veces cuando cita, no indica la edición ni la página del autor. Además es observable que Vasallo avanza en la argumentación sin detenerse demasiado en explicaciones. Yo diría que estos ensayos son piezas de argumentación filosófica que requieren del lector un compromiso de avanzar sobre las cuestiones planteadas. Estos ensayos se presentan al lector como programas que invitan a un trabajo de reflexión y de explicitación ulterior. Veamos un ejemplo: dice Vasallo que "…es difícil rehuir el pensamiento de que el hombre está abierto a una Trascendencia, y aún en la actitud de conjurarla, develarla o configurarla de alguna manera" y continúa: "El que es noble también siente a sus horas la grande inanidad de la existencia: es un signo de su nobleza y de su lucidez. Pero es asimismo capaz de superar ese desfallecimiento con una renovada afirmación. Y así retorna la posibilidad de buscar y realizar el sentido de la vida, en un mundo que también lo tiene, sin duda; aunque lo descifremos imperfectamente y andando a tientas" (p. 55-56).
A continuación, quisiera comentar muy brevemente tres convicciones del filósofo que pueden entresacarse de la lectura de los ensayos, convicciones que sin duda son representativas de su forma de pensar:
1) Su concepción de la disciplina filosófica. La filosofía debe ser (y lo dice en latín) vita philosophica. Con ello, Vasallo toma distancia tanto de una filosofía que pretende ser científica (entendida a la manera de un edificio sistemático de conocimientos objetivos) como de esa filosofía que se reduce a ser una especie de vida inmediata (que efectúa digresiones sobre el problema del sentido y del destino de la vida humana) sin aspirar a un conocimiento válido. Ninguna vale como vita philosophica, porque dice Vasallo "todo filosofar auténtico implica poner en cuestión al que lo plantea, implica problematizar también al problematizador" (p. 21). El autor aclara qué significa eso de que el problematizador se hace problema: se trata de que "el conocimiento filosófico es también realización del cognoscente (subjetividad finita siempre individual) y no el ideal de la ciencia, un objeto espectacular para un desinteresado y anónimo 'yo pienso'" (p. 27). Dicho en otros términos, la filosofía tiene un carácter autorreferencial; es, en el sentido más clásico, una sabiduría. Vasallo continúa con esa imagen de la filosofía que fue sostenida por los griegos, según la cual la filosofía no es sólo doctrina, sino también una forma de vida, un compromiso con una forma de vida que se justifica en una doctrina.
2) La experiencia moral, dice Vasallo, es un camino para atisbar el proceso de creación por el cual el hombre se crea a sí mismo (metafísica y ética aparecen aquí inseparables). Pero la afirmación fuerte, sorprendente, de Vasallo es que la Trascendencia, que es ese trasfondo enigmático desde el cual se perfila la subjetividad, aparece como eso "de donde la moralidad saca todo su valor y su sentido" (p. 31). También observa que "allí donde la conciencia moral y la reflexión ética han sido más lúcidas - así en Occidente como en Oriente- el orden moral fue siempre concebido como parte de un orden cósmico o metafísico" (p. 43). Pero, aclara a continuación, que "la certidumbre moral no se puede deducir de ninguna ciencia o metafísica" (p. 43), aunque la conciencia moral en el sentido de "personalidad" requiera de elaborar continuamente una concepción del mundo. Es difícil decidir con estos elementos si Vasallo cae o no en la falacia naturalista, pues la Trascendencia, como se observa, no es ni física ni metafísica, sino que se encuentra "como una presente ausencia" (p. 23). Sin duda todo esto es bastante enigmático y requiere de una mayor dilucidación.
3) Otra convicción de Vasallo en la que se implica nuevamente la Trascendencia: que no hay relativismo ni vacuidad de sentido, pues "acaso estén más cerca de la verdad los que creen ver claramente que una descripción leal y cuidadosa de las manifestaciones más elevadas y características de aquella experiencia (cognoscitiva, moral, religiosa) obliga a leer en ellas la inevitable referencia a un fondo trascendente y absoluto, sin el cual no podrían ser ni ser comprendidas" (p. 64). El problema con el cual nos enfrentamos no es el sin sentido, sino el "enigma", al que sólo alcanzamos a comprender parcialmente.
La publicación de este libro seguramente invitará a muchos nuevos lectores, como yo, a leer los textos más conocidos del filósofo, y contribuirá, en consecuencia, a mantener en vilo no sólo a la filosofía como vita philosophica, sino también al proyecto de una filosofía en castellano.
Muchas gracias.
Luis Enrique Varela
Buenos Aires, 17/7/08

Nota
  • 1.Por ejemplo en "Prudencia aristotélica y estrategia", en Convivium. Revista de Filosofia Nº 15 (2002), p. 5-36.