Rodolfo Gómez

Rodolfo Gómez es un profundo conocedor de la obra de Vassallo, de quien fue alumno. Dicta un seminario sobre La Fenomenología del Espíritu de Hegel en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, ejerce la docencia en el Instituto Superior del Profesorado Joaquín V. González, y lo ha hecho en las Universidades Nacionales de Rosario y La Plata. 
Presentación de Una presente ausencia, de Ángel Vassallo
Por Rodolfo Gómez
Los escritos seleccionados del profesor Vassallo para Una presente ausencia tienen, a través de la diversidad de sus temas, el sello inconfundible de su pensamiento. Pensamiento que no dejó problema filosófico sin someter a su fundamentación crítica.
Lo peculiar del rigor acuñado por la filosofía de Vassallo se presenta en la unidad de dimensiones aparentemente antagónicas. Por un lado, confiere certidumbre al conocimiento que se conquista en el campo científico; y por el otro reconoce que el horizonte cierto e intransferible de todo saber, e inclusive de la propia condición humana, pertenece al dominio de lo enigmático. En efecto, el progreso de la ciencia es incontrastable, prueba de ello es la ampliación cuantitativa de descubrimientos en todas y cada una de las disciplinas positivas. Pero por su parte la filosofía ahonda los niveles de justificación y sentido de aquel progreso, a la vez que despliega las implicaciones que el mismo presenta para la existencia humana. Tarea ésta que a la ciencia le es indiferente.
El humanismo moderno es de índole secular. Exalta la capacidad intelectual del hombre porque gracias a ella supo señorear en todos los ámbitos del conocimiento. Así, la razón divina o luz sobrenatural se transformó en luz natural, es decir, a la medida y hechura de nuestra humana condición, y con ella la realidad toda supo ajustarse a los principios de la razón, a sus estructuras y configuración. Sin embargo, cuando el sujeto se eleva a “la mayoría de edad”, con lenguaje de Kant, el entendimiento debe saber reconocer sus límites. En tal reconocimiento reside el nacimiento genuino del humanismo que Vassallo hace suyo. Como en Kant, hay para Vassallo un incontrovertible primado de la libertad como esencia de la moralidad y su proyección a lo absoluto. Aunque tal superioridad práctica no implica negación de la renovada episteme. Por el contrario, es complementaria del apogeo que la razón teórica alcanza en la modernidad, y particularmente en el fenómeno cultural de la Ilustración.
En tren de resoluciones, Vassallo es contundente: el ámbito que revela la elevación moral del hombre no pertenece al dominio del conocimiento sino a aquel otro que cabe denominar sabiduría y cuya esencia permanece insondable. En esto Vassallo completa el planteo bergsoniano del homo faber , es decir, del hombre moderno admirado como arquitecto del nuevo mundo, fruto del desarrollo de la técnica y su consiguiente dominio y explotación de la naturaleza(1). Pero el concepto de sabiduría es superior. Entraña acumulación y sedimento de la específica determinación antropológica, la cual consiste en la conciencia moral. Sin embargo, su carácter inescrutable no es óbice para que ella, la sabiduría, se erija en sólido cimiento de la existencia. Es la guía insustituible frente a los grandes dilemas morales que acucian al individuo en cualquier tiempo y en cualquier lugar. De ahí que, como ya lo había intuido la genialidad de Vico (2), leer libros de historia responda a la condición menesterosa de nuestra finitud. “En la historia, afirma Vassallo, dialogamos con las existencias finitas en el afán de ahondar en nuestro ser y en la trascendencia, que se nos da a jirones” (3). Podría sostenerse que nuestra existencia está transida de historicidad, lo cual – y esto le importa especialmente destacar a Vassallo – es lo opuesto a todo reduccionismo historicista, que fue la tentación que en su intención de superarlo dejó abierta el vitalismo de Nietzsche (4).
Con Hegel, la filosofía alcanza el saber de toda la realidad. Se vale para ello de la dialéctica, que es inherente al desenvolvimiento de lo real mismo, y a la vez el método por el cual la conciencia acompaña ese progreso en permanente expansión. A saber, mediante contradicciones superadoras (aufhebung) que tendrán como resultado la unidad del ser y el concepto. La filosofía adviene así al Saber Absoluto.
No obstante, esta conclusión exitosa tendrá sus detractores. Por un lado Marx, miembro de la izquierda hegeliana, hará suya la herramienta de la dialéctica, pero a la vez denunciará la síntesis proclamada por el gran maestro como un subterfugio ideológico que enmascara las condiciones objetivas de la alienación social. En la antípoda, Kierkegaard, padre del existencialismo, criticará la metamorfosis que sufre el sujeto, transformado en un mero accidente al servicio de una universalidad lógica en la que no se encuentra representado.
En la continuidad histórico-filosófica del planteo kierkegaardiano debe ubicarse la filosofía de Vassallo, que ve junto a Jaspers cómo el Absoluto hegeliano se presenta a la subjetividad no como una conquista especulativa sino como un telos de totalidad plena con implicaciones éticas y también religiosas (5). Trascendencia que – como expone a propósito de su crítica al concepto heideggeriano de la nada – se nos manifiesta en la angustia metafísica. Ella apunta a lo ignoto y originario en la fuente misma de la comprensión del ente (6).
Hay para Vassallo seguridad y deslumbramiento ante la primacía de lo moral respecto de las posibilidades del conocimiento. El propio concepto de persona así lo atestigua por cuanto implica saberse portador de la moralidad. La razón humana, sostiene, sólo conoce escorzos, parcelas ínfimas de la “invisible realidad perfeccionadora” (7). Por el contrario, “la vida moral es vida absoluta” (8). Si bien el conocimiento es “el conocimiento científico por excelencia” éste se caracteriza por desenvolverse exclusivamente en el terreno de la experiencia, con fronteras infranqueables, más allá de las cuales se abre el abismo del misterio, en los confines del ser (9).
El concepto de la absurdidad en Camus, ya desarrollado magistralmente por Sastre en La náusea, dan prueba de ello. Estos pensadores supieron reconocer la desolación inherente a la existencia. Pues sin arquetipos platónicos que expliquen el sentido de este mundo, sin dioses cuya gracia pudiera auxiliarnos, en fin, el ocaso de toda metafísica deja al desnudo el absurdo de nuestra existencia vaciada de todo atisbo de sentido y esencia. Pero para Vassallo es en ese punto de inflexión donde la desesperación, como la denomina Kierkegaard, se transmuta en una autoexigencia: devenir artífices del valor de nuestras vidas, cuyo significado desconocemos. Así nos encontraremos proyectados en una misión signada por valores absolutos.
Si hay un mérito en la dimensión autoconciente del sujeto, éste reside en saberse expresión de la libertad, libertad cuya excepcionalidad se manifiesta como determinación privativa del mero “ser encarnado”, según la expresión que utiliza Marcel para designar a la naturaleza humana. En Enigma y conocimiento del hombre leemos: “…la libertad consiste en tomar conscientemente posesión de la propia vida, configurándola con decisiones que le dan como “un nuevo origen”, con la consiguiente asunción de la íntegra responsabilidad de toda ella” (10).En otra palabras, me elijo a mí mismo en los límites de mi situación y –agrega más adelante – “en ese ejercicio de la libertad me sé vinculado a lo que infinitamente me trasciende y me funda” (11). En el dominio ético experimentamos lo infinito en las profundas determinaciones de una voluntad y de un sentimiento. El absoluto moral debe orientar el perfeccionamiento del saber no tanto en extensión como en profundidad. Así será posible que el Absoluto habite en nosotros:“Erit totum in nobis”, dice en el fragmento El principio moral de febrero de 1925 (12).
La vanidad del filósofo corriente, tal vez entendible por sentirse ciudadano privilegiado en el país del logos, reside en confundir esos dos planos: saber y sabiduría. Esta última se nutre de intuiciones, de fe, y del profundo reconocimiento de nuestra humanísima vocación de trascendencia y de plenitud en dicha trascendencia. ¿Cómo entender la mencionada fe? Dice el maestro Vassallo: “como una corona de símbolos, símbolos de unas evidencias morales y místicas”, leemos en Quaestio fide, fragmento del 30-12-1942 (13). Tales símbolos tienen su proyección genuinamente ontológica, no en el campo gnoseológico, sino en la voluntad que a su vez será fuente autorizada del amor y los sentimientos de la mayor envergadura moral.
Pareciera que afirmaciones como las indicadas favorecieran posiciones subjetivas, y consecuentemente relativistas. No es así, y para ello es necesario afianzar su legitimidad e indagar sus títulos de verdad. La autoexigencia de veracidad es para Vassallo la experiencia de Dios, el Verídico; y de cuya impronta nos cercioramos sin necesidad de los requisitos lógicos de las prueba teológicas o históricas, como enseña en el Fragmento De la veracidad del 16-5-43 (14). Si bien el conocimiento es en todos casos simbólico, aun cuando se aplica a la naturaleza favoreciendo el progreso en la previsión y en el desarrollo de la técnica; en el caso del conocimiento del espíritu, incide en una práctica: moralidad, arte, religión, que a diferencia del saber científico es desde su origen un superior ejercicio del ser, no del conocer. De allí su preexistencia como fundamento de su primacía. En un Fragmento sin fecha sostiene: “…la experiencia de la finitud y la comprobación de la existencia que no me he dado me hace ver con evidencia incontrastable la necesidad de un ser absoluto” (15).
En el ensayo “Subjetividad y trascendencia”, explica Vassallo que el optimismo racionalista ha caracterizado a la filosofía desde Platón a Leibniz. El problema no reside en embarcarse en la búsqueda de las grandes verdades emblemáticas de la metafísica, esto es, en las diversas formas en que el “ser” se manifiesta, sino en reparar en las limitaciones del intelecto. El desafío socrático del nosce te ipsum no debe ser entendido en términos cientìficos. El ser no se presenta nunca como espectáculo a mentes sobresalientes. El “ser” “en la finitud de la subjetividad está como una presente ausencia” (16), se halla en la trascendencia a la cual todo espíritu tiende, trascendencia que habita “en el linde ajustado y preciso de la finitud de la subjetividad” (17).
Si en Aristóteles la ética es reductible a la metafísica, Vassallo invierte la perspectiva. Sostiene que desde nuestra existencia, la vivencia del se conlleva la expectación del “deber ser”. No obstante, la trascendencia que es el habitat del ser no es un arcano. Por el contrario, convivimos con ella y de ella tenemos un conocimiento de cuya apodicticidad poseemos la potestad: “…los ideales o valores humanos – dice - son exigencias prácticas en las que se manifiesta la trascendencia” (18).
Debemos reparar en la advertencia de Pascal: “Sepan que el hombre sobrepasa infinitamente al hombre” (19). Sin embargo no es necesario, como proclamaba el fanfarrón del que nos habla Esopo, buscar en tierras lejanas las fuentes de nuestra existencia. Están aquí, a nuestro lado, entre nosotros: Hic Rhodus, hic saltus, cita el profesor en Elogio de la vigilia (20).
Vassallo es maestro de Filosofía, pero – y en ello reside en mi opinión su verdadera excepcionalidad – sabe explicar con claridad (en sus escritos y así fue en sus clases) los más intrincados temas filosóficos. A la vez los enriquece, ahondando en las cuestiones o aspectos de ellos que escapan a los propios autores. Además analiza las implicaciones que emanan de tales filosofías y los modos de proyectarse en el destino del hombre. En otras palabras: el magisterio de Vassallo reunía dos atributos no siempre compatibles: información erudita y creación filosófica. La primera se adquiere; la segunda es un don; pero lo inaudito es que todo eso estuviera reunido en la hora de clase. Ese era su tercer y distintivo rasgo. De la clase salía uno, el alumno, con un entusiasmo peculiar, reflexionando sobre el cogito cartesiano o la sustancia en el panteísmo de Spinoza; pero especialmente y en sordina, rumiando el filosofar del gran maestro y con la esperanza de que alguna vez pudiéramos hacerlo nuestro.
Con motivo del bicentenario del nacimiento de Hegel, el profesor Vassallo expuso lo que él llamó un recordatorio al que denominó “Relexiones sobre el pensamiento central de Hegel”. La exposición analiza el concepto de Absoluto en la filosofía del gran idealista alemán. Pero ¿por qué importa evocar a Hegel?, se pregunta el profesor Vassallo, seguramente porque Hegel todavía se sigue enseñando. No obstante, aclara, ello no es lo importante. Si Hegel está presente es porque también de él “se nutre nuestra reflexión personal”, dice, “la cual, agrega, ha de estar enderezada hacia un esfuerzo por filosofar y ‘enseñar a flosofar’”, puesto esto último en el texto entre comillas, por ser la gran consigna del viejo Kant.
Permítaseme la arrogancia de afirmar que lo dicho por Vassallo sobre Hegel vale hoy para el propio Vassallo. Se enseñe o no en las academias, más allá de eso, la filosofía del profesor Vassallo nos acompaña en nuestra existencia cotidiana y vive en nuestro filosofar. En pocas palabras, en la reflexión sobre nuestra vida, su fundamento y destino, experimentamos el sentimiento inapelable de la enseñanza del maestro Vassallo, con la persistencia y actualidad de lo siempre viviente.

Notas al pie:
  • 1 En “Para una ética de la personalidad”, Una presente ausencia, Buenos Aires, Leviatán, 2008, pág 43
  • 2 En “Por qué leemos libros de historia”, Op. cit. pág. 86
  • 3 Idem, pág 100.
  • 4 En “Sobre la historicidad de la vida humana”, Op. cit. pág 67.
  • 5 Idem, pág. 71
  • 6 En “¿Qué es metafísca?”, Op. cit. pág 105.
  • 7 En Fragmento “El principio moral”, Op. cit. pág 155.
  • 8 Idem
  • 9 En “Humanismo”, Op. cit. pág. 32
  • 10 En “Enigma y conocimiento del hombre”, Op. cit. pág. 61.
  • 11 Idem, pág 63.
  • 12 Fragmento “El principio moral”, Op. cit. pág 155.
  • 13 Fragmento “Quaestio fides”, Op. cit., pág 157.
  • 14 Fragmento “De la veracidad”, Op. cit. pág. 159.
  • 15 Fragmento sin fecha, Op. cit. pág 162.
  • 16 En “Subjetividad trascendencia”, Op. cit. pág 23.
  • 17 Idem.
  • 18 En “Subjetividad y trascendencia”, Op. cit. pág. 26.
  • 19 En “Enigma y conocimiento del hombre”, Op. cit. pág. 64.
  • 20 En Elogio de la vigilia, Emecé, Buenos Aires, pág. 17.