Sara Vassallo

Sara Vassallo es psicoanalista, autora de Sartre/Lacan, Buenos Aires, Catálogos, 2006. Dicta seminarios sobre psicoanálisis y filosofía en el Colegio Internacional de Filosofía de París y en Buenos Aires.
Presentación de Ángel Vassallo, Una presente ausencia, el 23 de julio de 2007, Biblioteca Ricardo Guiraldes
Por Sara vassallo
Agradezco a la editorial Leviatán el haber sacado este libro, a mi madre que concibió la idea y a mis hermanas que bregaron porque este libro saliera. Estoy en una situación más difícil que la de mis compañeros ya que soy la hija de Ángel Vassallo. A esa dificultad se agrega otra, que soy psicoanalista, no hace mucho tiempo, y que bastante tarde descubrí que también eso se lo debo en parte a mi padre.
Seré breve, solo quiero destacar lo que me parece que son dos puntos, entre otros, en torno a los cuales se organiza este conjunto de textos:
1) Lo inverificable de la verdad en el campo de la subjetividad tal como es entendida por el autor, tanto desde el punto de vista intelectivo (en la forma de la adequatio rei et intellectus) como, con más razón aún, en el registro de la empiria.
2) la construcción de una estructura subjetiva que rompe con la metafísica tradicional donde el ser actúa como fundamento objetivo. Esa ruptura se produce, curiosamente, estableciendo un hiato entre el sujeto y la trascendencia donde lo metafísico como fundamento pasa a pensarse a través del acto del sujeto.
En el texto sobre Gabriel Marcel, hay una discusión previa sobre la suerte que corre el sujeto en el realismo y en el idealismo, discusión tomada como pretexto para plantear una pregunta formulada así: “¿Qué sería, se pregunta el realista, una verdad que no verifico ni verificaré?”. Para huir de esta pregunta, el realista, dice el autor, adopta la postura de la conciencia común que diría: “La verdad es trascendente al pensamiento que la piensa, es indiferente a que se la piense o no”. Cito: “El realismo aniquila el cogito y con él al sujeto. El ser es para el realista aquello respecto de lo cual el ‘yo pienso’ es contingente. Yo no cuento para el ser.”
Comento: hay algo que se sustrae en lo real conocido por el realista, y que el realista quisiera conservar a toda costa como verificable. En el idealismo, por otras razones, “la existencia está destinada a perderse en sus determinaciones ideales” (p. 132).
Me detengo en esta discusión previa porque sirve de punto de partida o condición para que el autor siga, en el pensamiento de Marcel, el proceso por el cual, para salir del callejón sin salida del realismo y del idealismo, se elabora “un sujeto de la fe” (la expresión es de Marcel).
Ese sujeto de la fe resuelve la falsa alternativa entre la religión entendida por un lado como un conjunto de conocimientos racionales por los cuales se accedería a verdades eternas, y por otro lado como mera efusión emocional. Y al resolverlo permite proponer, a través de la distinción entre ‘yo pienso’ y ‘yo creo’ de Marcel, una subjetividad estructurada en torno a la fe como acto “donde, dice Vassallo, el que ejecuta el acto no es ni una copia del sujeto realista ni un yo pienso universal idealista”. El sujeto aniquilado por el realismo y el idealismo surgiría, pues, “como reconstruido en el acto de la fe”.
Esta reconstrucción de una subjetividad que no es cognoscente sino que se encuentra involucrada en una relación de la fe, relación “oscura e impensable” (la expresión es de Marcel) nos pone en una perspectiva que coincide a las claras con el sujeto del que pudo hablar Lacan en el campo del psicoanálisis, solo en tanto y cuanto éste recoge el legado de la filosofías de la existencia.
Lo importante aquí es que aquello en que, según Marcel, se participa en el ser, no se piensa como objeto. “El sujeto del ‘yo creo’, comenta el autor, decide el drama de su existencia en un supremo acto de elección, que es libertad, asumiendo o rehusando el ser”. Podríamos agregar: “asumiendo el ser del sujeto”, ya que el ser de que se habla no es otro que el del sujeto.
No me adentraré en detalles que mostrarían que “como la fe no tiene una función vicariante respecto del saber”, asistimos en el comentario de Marcel a un desplazamiento desde el conocimiento de objeto hacia una captura del sujeto en eso mismo que él no puede pensar. Se encuentra por lo tanto destinado a llenar eso que no puede pensar, ese vacío (“entre el sujeto cognoscente y el empírico”) con un acto (de fe) o con un acto, simplemente.
Esa no vicariedad de la fe respecto del saber conlleva, pues, un verdadero cambio en la estructura de la subjetividad, que un pasaje de la página 143 ilustra del siguiente modo: “Algo es puesto en peligro que puede ser salvado o mejor, que solo será en caso de ser salvado. Eso es el ser. El ser ha de ser asumido e investido y justamente porque ha de ser asumido e investido hay el peligro de que no lo sea”.
No puedo menos de señalar la enorme incidencia de esta aserción en la clínica psicoanalítica, que nos hace volver a la alternativa anterior: “asumir o rehusar el ser” (el ser del sujeto). Y con ella, al punto inicial, esto es, la inflexión de la objetividad y con ella de la verdad, que comporta un “hiato” (el término es de Marcel) entre la supuesta verdad objetiva del realista y la existencia, “hiato que el ‘yo pienso’ no puede salvar”.
Ese hiato abre a una alteridad: “En el tránsito de la existencia hay un pasaje a lo absolutamente otro de la objetividad”, comenta Vassallo. La renuncia a la correspondencia sujeto/objeto trae como consecuencia abrir el campo de la alteridad (“lo absolutamente otro de la objetividad”).
En este punto me interesaría ligar el texto sobre Marcel con la crítica que opera el autor del texto de Heidegger “Que es metafísica” (de 1929), escrito en la revista Verbum en 1933, o sea, muy poco tiempo después de la salida de Ser y Tiempo en 1927. Ya en esa época un filósofo argentino cuestiona sin ambages las tesis de Heidegger.
Se recorre allí el proceso por el cual Heidegger, al hacer del Dasein un ente diferente de los otros (ya que por él se introduce una Nada originaria, anterior al no de la sintaxis y a la negación lógica) hace aparecer el ente sobre fondo de una Nada. Vassallo lo resume así: “El ente es trascendido por la nada y se delimita como mero ente; en cambio, el ser mismo pasa a contenerse, en aquel trascender, en Nada” (p. 106). Para entender esta condensadísima pero clarísima descripción de las relaciones entre el ser, el ente y la Nada, habría que reflexionar unos seis meses.
Pasar a Heidegger me interesa porque así como el autor parece adherir al “más” (más de ser) en que participaba Marcel, el texto de Heidegger, en cambio, cuestiona que “la función anuladora de la Nada recaiga en el ente y no en aquello que permite negarlo”. Sostiene entonces que la función anuladora de la Nada debe ser al mismo tiempo afirmación de un más del ente. “El nombre que le conviene a esa función, dice Vassallo, debe hablar el lenguaje de la afirmación” (p. 107).
Ahora bien, mi pregunta es la siguiente: ¿la objeción a Heidegger (que es muy fuerte, ya que se habla en el texto de “insidia”, de “artificio”, de “equívoco”, de un texto que “esconde bajo la impasibilidad de la exposición filosófica la fuente de la experiencia religiosa”), esa objeción pone simplemente de relieve un “más” para acentuar un contenido positivo o “afirmativo” (contrario a la angustia o al tedio, experiencias privilegiadas de Heidegger), o ese “más” altera la estructura de “hiato” respecto del ente que Vassallo pone de relieve en Marcel, y que se da en Heidegger con otro sentido que en Marcel? Yo tendería a responder que afirmar ese “más” no altera el hiato, ya que Vassallo solo objeta que la palabra Nada no puede “nombrar” el “más”. En todo caso, esa objeción se hace en nombre de una decisión filosófica que recorre todo el libro. Quiero decir que el autor se inclina por un “más” que se da como plenitud, como relleno del “espacio vacío entre el yo pensante y el yo empírico, sujeto viviente, realidad activa”.
El cuestionamiento de Heidegger en cuanto a la naturaleza de ese “más” es importante no tanto por sí mismo sino porque al afirmar que hay un más del ente, no se anula por ello el hiato, o sea, no se anula lo que en la relación del sujeto con la trascendencia se da como lo “absolutamente otro de la objetividad”.
Dar una primacía a experiencias como la del amor, la fidelidad, la fe (en Marcel) prueba al mismo tiempo que hay una ética íntimamente vinculada con la estructura del hiato, porque el amor, la fidelidad, la fe, rechazan el “repliegue sobre sí mismo, el renegamiento, el endurecimiento del yo”, ya que en esas experiencias el sujeto no asumiría su ser sino que abdicaría de él. Si no hubiera hiato, ¿qué sentido tendría “asumir el ser” o “no abdicar de su ser”? Si el ser estuviera allí objetivamente comprendido, no haría falta acto alguno para suplir el hiato, no seríamos protagonistas reales en nuestra relación con la alteridad que debemos asumir.
Estamos entonces frente a una estructura donde la trascendencia es alteridad, sin consistencia óntica, de ahí que valga la pena reiterar la pregunta que el autor hace al realista: ¿Se puede pensar una verdad inverificable?” (aunque “pensar” no sea aquí el término adecuado).
Las simpatías del autor parecen responder que sí, y es eso, creo, lo que lo lleva a decir en el primer texto que compone el libro, que esa trascendencia como Otro de la objetividad es una “presente ausencia”, que no se puede “ni demostrar ni negar”, o sea, no es un objeto del pensamiento dialéctico ni del pensamiento fundado en la adecuación a la cosa. La “superación de toda vinculación objetiva” (la expresión es de Vassallo) se va hilando en el libro a propósito de diferentes autores y de diferentes temas: el cuerpo, la historia, la trascendencia.
Haré una última observación, desde el psicoanálisis: afirmar un sujeto que no está correlado con un objeto en una relación de conocimiento no implica en absoluto excluir el postular un Supremo Bien o Verdad identificada con el Ser, como lo sugiere el último fragmento titulado “Identidades”. O sea, la vocación metafísica dada en esas identificaciones aparece, curiosamente, como compatible con la estructura subjetiva por la cual un corte separa al sujeto del Otro trascendente. La ética del psicoanálisis, afirmada durante décadas por los psicoanalistas como incompatible con la idea de Soberano Bien, ¿está realmente reñida con esa decisión metafísica por la cual, lejos de ontologizar la trascendencia, el sujeto rellena con un acto lo que lo separa de ella?
Otra cosa, en ese acto de fe el autor no propone una filosofía focalizada en la angustia (aunque ésta sea un momento fundamental en toda experiencia) sino que propone “una nueva y restaurada trascendencia y con ella por horizonte, restaurar la fe en el hombre y sus obras”. Es una filosofía de la plenitud, sin complacencia ni cultivo superfluo del vacío de la angustia. Pero filosofía de una plenitud a realizar, de la que no habría que “abdicar” a condición, claro está, de plantearla en términos de libertad: la alternativa se da entre dos cosas y no entre tres o cuatro, o sea, abdicar de su ser o asumirlo.
En mi infancia, yo me imaginaba que mi padre tenía una relación secreta con los autores de los libros que llenaban sus bibliotecas, con unos me imaginaba que la relación era más intensa que con otros. Estaban los libros que se ponía en el portafolio por la mañana antes de ir a clase, Schleiermacher era uno de ellos y yo pensaba que tenía buenas relaciones con él. Otros, en cambio, no se movían de los estantes, por ejemplo, La Docta Ignorantia de Nicolás de Cusa. Recuerdo qué impresión extraña me causaba ver en esos libros en lenguas extranjeras expresiones latinas escritas en bastardilla, sub spaecie aeternitatis, por ejemplo. Con el tiempo, ese secreto compartido con sus libros se fue transformando en la conciencia de que el saber iba acompañado en él por una ironía sutil, como si un no-saber estuviera metido dentro del saber, que hacía todavía más intenso al primero, y más verdadero. El año pasado en París, participé en unas jornadas en que un grupo de psicoanalistas se habían propuesto tender un puente conceptual entre Lacan y Kierkegaard. El mencionado vínculo resultaba artificial, las cosas no estaban tomadas desde su origen. Yo me había propuesto hablar del modo en que Kierkegaard usa la palabraeterno, eternamente, por toda la eternidad. Recordé de pronto, como en un relámpago, las bastardillas enigmáticas de los libros de mi padre y me di cuenta, ahora que las comprendía algo más, de hasta qué punto esa doble relación de saber y no-saber, en que mi padre se ponía a la vez por encima y por debajo de lo que decía cuando hablaba de filosofía, me había protegido siempre, de algún modo, de las pseudo imposturas intelectuales y de las modas. Así como su decisión filosófica, más que un saber erudito, lo había protegido sin duda a él mismo de los embates de la política universitaria, de la Iglesia Católica que quiso recuperarlo, de las revoluciones libertadoras y del izquierdismo, ya sea progre o no, decisión interior y anterior a todo eso, que él tejió con los hilos más refinados de la especulación filosófica, en la alternativa entre el “no abdicar” y el “renunciar al ser”.